Fuente: Contra Vex
Si Egipto fue un obsequio del Nilo y Roma un obsequio del Tíber –ambos frutos, como tantas otras civilizaciones, del apalancamiento tecnológico de la flotabilidad para transportar personas y productos a sitios muy, muy lejanos–, entonces las embarcaciones navieras fueron las primeras creaciones en liberar a la humanidad de los estrechos confines geográficos impuestos por su bipedismo terrestre.
Las tribus humanas en mayor proximidad al agua se beneficiaron de un clima más estable y de un acceso más predecible a los alimentos que los experimentados por los habitantes de llanuras o montañas, lo que les permitió aumentar su capacidad productiva hasta los niveles necesarios para engendrar una civilización.
Fue en las bifurcaciones de los ríos y en las desembocaduras a los mares donde por primera vez los pueblos fueron capaces de alcanzar cotas de prosperidad inconcebibles para sus antepasados primitivos. Fue el aprovechamiento del H₂O lo que separó al hombre de la bestia, abriendo la oportunidad a la expansión del comercio y el desarrollo de la cultura.
Esta época de la civilización duró unos seis mil años, desde los tiempos de los faraones hasta principios de la Revolución Industrial. Durante todo ese lapso, aunque se construyeron embarcaciones cada vez más grandes, y aunque las mayores culturas y civilizaciones de la historia florecieron y cayeron, el hombre y sus ideas se movieron a una velocidad no mayor a la del viento a través de las aguas.
No fue sino hasta la irrupción de las máquinas de vapor en el 1700 que los viajes por mar se aceleraron, y no fue hasta finales del siglo XIX, cuando la locomotora transformó los continentes, que la tecnología llegó a rediseñar completamente los mapas del mundo. Con los barcos de vapor y los trenes, el transporte de los suministros, la mano de obra y las ideas se volvió mucho más eficiente y mucho más confiable.
Entonces llegó el avión, ingenio que dejó obsoleto, por segunda vez en un siglo, el libro de reglas en uso y empujó a los jóvenes más lejos y más rápido de los que sus padres podrían haber imaginado. Si bien el transporte de materiales era prohibitivamente caro, los seres humanos demostraron ser el bulto perfecto para el transporte aeronáutico. Ya sea por negocios o placer, el transporte aéreo ha encogido el globo y ha convertido a los lugares remotos en paradas de fin de semana.
El automóvil personal, por su parte, no ha sido una innovación menor; este permitió una independencia y descentralización de la toma de decisiones inéditas en la historia humana. Consultar un calendario programado por otro o comprar un billete dejaron de ser pasos obligatorios para viajar a la siguiente ciudad; el hombre pasó a ser libre de moverse cuando quisiera, ¡y así lo hizo! En el siglo XX, más que nunca antes, el hombre disfrutó de la posibilidad de emanciparse del lugar fijo. Fue una época gloriosa –llena de un optimismo ilimitado–; una época cuya supremacía, sin embargo, fue fugaz.
Internet hace su ingreso
Carta de triunfo del siglo XXI, Internet va camino a re-dibujar y dividir el mundo en porciones cada vez más pequeñas. Gracias a la web, esta autopista de información en la nube en la que lees estas palabras, la capacidad del colectivo para dominar al individuo tiende a desaparecer… con un poco de ayuda del cifrado, naturalmente.
Hoy en día, existe la capacidad de transmitir comunicaciones (PGP) y valor (Bitcoin) de forma segura a un costo insignificante en relación a lo que habría costado hace apenas 100 años, por no hablar de 1.000 años. Lo que antes estaba reservado a un puñado de príncipes y caballeros, y aún para ellos era lento y costoso, ahora está disponible de manera instantánea para millones en todo el mundo. El último clavo en el ataúd de la geografía está siendo martillado.
Así que, Auf Wiedersehen, Arriverderci, ciao, tschüss, sayonara, see ya, au revoir, hasta luego, do svidaniya, nos vemos del otro lado, gracias por todo, fue divertido mientras duró…