Fuente: Tomas Forgac’s site
A diferencia del oro, que ha sido extraído durante miles de años y no hay indicios de que vaya a acabarse en el corto plazo, la oferta de bitcoins llegará a su límite en unos 20 años. ¿Qué implicaría esto para los préstamos y las tasas de interés en una economía que utilice Bitcoin como dinero?
En una economía basada en el oro, los mineros son parte integral del mercado. Intercambian su producto –el oro– por bienes, servicios y mano de obra proporcionados por sus proveedores y empleados. Los mineros crean efectivamente inflación monetaria –inyectan nuevas unidades monetarias en la economía–. De esta manera presionan al alza los precios, porque hay más dinero persiguiendo los bienes y servicios disponibles. Pero eso es compensado por el aumento de la productividad de la economía, gracias al cual se crean más bienes y servicios con la misma cantidad de mano de obra y material.
Si los mineros intentaran verter oro en la economía a un ritmo más rápido que el ritmo en que aumenta la productividad de la economía, sus proveedores aumentarían los precios y en algún momento dejaría de ser rentable para los mineros el seguir extrayendo oro. Por otro lado, cuando el aumento de la productividad de la economía se refleja en la productividad de los proveedores y empleados mineros, estos son capaces de proporcionar más bienes y servicios y mano de obra más productiva a las empresas mineras, y recibir más oro por ello sin aumentar el costo de producción para el minero.
Esto es muy diferente con Bitcoin. El crecimiento de la base monetaria de bitcoins está predeterminado en el protocolo. No responde a la demanda de la misma manera que lo hace la oferta de oro, y además en el futuro se detendrá por completo. Si la oferta de dinero es S y es fija, la producción económica es O y el precio del dinero es P, entonces (en un cálculo informal) P = O / S. Esto significa que si todo lo demás se mantuviera igual, el valor del dinero en la economía Bitcoin crecería al mismo ritmo que la productividad, ya que más bienes y servicios estarían perseguiendo la misma cantidad de dinero.
Entonces, es casi seguro que el dinero que se tome prestado en dicha economía será más apreciado cuando deba ser devuelto. Eso quiere decir que el prestatario deberá aumentar la productividad más que la tasa de interés y el crecimiento del precio del dinero combinados. Al mismo tiempo, el prestamista sabe que el precio del dinero va a aumentar con el tiempo, lo que significa que también puede ahorrarlo y usarlo en el futuro, cuando su poder adquisitivo aumente, sin estar expuesto al riesgo de incumplimiento por parte del prestatario.
Los emprendedores piden prestado fondos para aumentar su productividad y sus ganancias. El mismo motor que hace que el precio del dinero aumente permite a los emprendedores devolver la misma cantidad de dinero a un valor más alto. Si asumimos que todas las inversiones de capital en la economía provienen de dinero prestado (es decir, no de ahorros propios) y que todos los empresarios aumentan su productividad a igual ritmo, si todo lo demás se mantuviera igual su beneficio no cambiaría en términos nominales, pero aumentaría en términos reales al mismo ritmo que el precio del dinero. Eso les permitiría pagar la deuda sin interés.
Claro que eso por sí solo no es suficiente, ya que los prestamistas necesitan un incentivo para prestar un dinero que se aprecia –para eso sirve el interés–. Los prestatarios expresan su preferencia temporal mediante el pago a los prestamistas de un extra por conseguir liquidez inmediata en vez de tener que usar un futuro ahorro. Para compensar esa diferencia, tratarán de encontrar maneras de aumentar su productividad y ganancias por encima del promedio de la economía. Eso les permite pagar el interés. La tasa de interés representaría entonces un equilibrio entre la preferencia temporal de los emprendedores y el riesgo de que estos entren en cesación de pagos según los cálculos de los prestamistas.
Las tasas de interés varían de sector en sector según la medida en que se espera que aumente la productividad y rentabilidad de la inversión impulsadas por la demanda y la disponibilidad de capital. En algún momento, el mercado se «da cuenta» de que la mayor productividad de un determinado sector lo ha puesto al día con la demanda, o que las inversiones planeadas en dicho sector están compitiendo por el capital con el que se espera contar en el futuro. En consecuencia, las tasas de interés suben, haciendo que algunos nuevos proyectos planeados no sean rentables. Como siempre ocurre con los precios, también la tasa de interés (es decir, el precio del dinero en el tiempo) enviará señales al mercado de que existe una escasez de oferta de capital con respecto a su demanda, y los proyectos que requieran una tasa de interés más baja para ser rentables no se llevarán a cabo.
Así, las inversiones fluirían a sectores con una demanda futura más realista. Las inversiones con expectativas de rentabilidad poco realistas no tendrían lugar, lo que impediría que el capital fuera desperdiciado. Esto es justo lo contrario a lo que vemos en la actualidad, con tasas de interés empujadas hacia abajo por los bancos centrales que crean una ilusión de rentabilidad a largo plazo para toda clase de proyectos que están destinados a fracasar, como ocurrió con los bienes raíces antes de 2007 (y como ocurre en la actualidad con tantos otros bienes y servicios cuya demanda y producción se financian mediante crédito artificialmente inflado).