Las autoridades monetarias de Lituania finalmente se han expedido; según los señores del dinero de ese país, “Bitcoin es un esquema Ponzi, y sus creadores pueden quedarse con todas las monedas de todos los usuarios en cualquier momento”. Parece difícil reunir en tan pocas palabras una manifestación más conspicua de… ¿de qué? ¿Ignorancia?; ¿estupidez?; ¿arrogancia?; ¿bajeza?; ¿miedo?… ¿Todas las anteriores son correctas?
Aquí no pretendemos dedicarnos a refutar lo que esta gente –sin siquiera haber googleado la palabra “Bitcoin”, y sin sonrojarse– ha dicho. No lo haremos, por respeto al lector –que no necesita nuestra ayuda para detectar tamaño disparate–, pero principalmente porque es eso lo que esperan de nosotros: que nos enredemos en una discusión inútil, olvidando que nuestros mejores argumentos no afectarán en lo más mínimo la raíz del problema. A saber: que ellos tienen el poder, y por lo tanto no necesitan tener razón.
Es un descubrimiento perturbador, pero si no queremos seguir viviendo bajo la ilusión que nos tiene preparada la Matrix, debemos tragar la pastilla roja y enfrentar la realidad: estos analfabetos tecnológicos apoyados en el monopolio de la violencia están a cargo tanto del aparato circulatorio como de la sangre misma de nuestro sistema económico, y todos estamos obligados a padecer las consecuencias de sus decisiones.
Bitcoin ha puesto de relieve –como ninguna otra tecnología– el eterno conflicto en el que se juega el destino de la humanidad: fuerza bruta versus inteligencia. Hasta ahora, los representantes de la fuerza bruta se han salido con la suya gracias a la colaboración de intelectuales dispuestos a prostituirse a cambio de privilegios. A lo largo de la historia, las mentes más brillantes no han vacilado en proporcionar legitimidad a los poderosos de turno, con quienes sellaron un pacto que aún sigue vigente.
Durante milenios, justificar lo injustificable y poner la innovación en manos de unos pocos han sido las principales tareas –y las mejor remuneradas– de los intelectualmente más capaces. Para ser justos, hay que decir también que muchos de ellos lo hicieron para sobrevivir en un mundo que no solía premiar los logros intelectuales. De haber podido prosperar sin agacharse ante las autoridades, ¿qué habrían hecho?
Sin la posibilidad de secuestrar la innovación para sus propios fines, la fuerza bruta habría sido reducida a la impotencia, y sin la cobertura de la falsa legitimidad… habría quedado a la intemperie. Impotente y desnudo: así luce el poder cuando la inteligencia encuentra una fuente de ingresos independiente de la coacción.
¿Qué harán los señores del dinero ante este nuevo desafío? Primero intentarán asustarnos (“Ponzi”, “burbuja”, “espiral deflacionaria”, etc.) y luego, cuando esa estrategia resulte inefectiva, mostrarán los dientes (“Ok, Bitcoin será mejor, pero yo tengo las armas para obligaros a usar el mal dinero…”).
Para entonces, esas palabras tendrán tanto peso como las amenazas de un demente.