La verdadera lucha de clases

El Estado necesita una clase dependiente y adoctrinada en el culto al poder coactivo; necesita un ejército de gente convencida de que todos los problemas tienen su origen en la “ausencia de Estado” y que, en consecuencia, la intervención estatal es la solución a todos los problemas. Sin el apoyo de esta “mayoría inmoral”, ningún gobierno podría tomar por la fuerza la riqueza de la población productiva para repartirla entre sus aliados.

“¿Adónde está el Estado?”, se preguntan los adictos al monopolio de la agresión ante la última cosa indignante que los medios masivos de comunicación han agitado ante ellos para inducir, cual acto reflejo, la demanda de más Estado. Poco importa que la causa de aquello sea la propia intervención estatal; un interminable desfile de desgracias humanas mantiene cautiva la atención del adoctrinado, hasta que un rapto de indignación lo lleva a exclamar, en la cumbre de su capacidad reflexiva: “¡Pero qué barbaridad!… siglo XXI y todavía pasan estas cosas…”. Irónicamente, solo el predominio de la mentalidad estatista garantizaría la persistencia de “estas cosas tan indignantes” a lo largo del siglo XXI y más allá.

Los integrantes de la clase productiva, en cambio, procuran aprovechar cualquier espacio de libertad económica para involucrarse en relaciones voluntarias y mutuamente beneficiosas que enriquecen naturalmente al conjunto de la sociedad; y al hacerlo tienden a ganar –y a reclamar– cada vez más independencia frente al Estado.

Esta diferencia fundamental es la que subyace a la verdadera lucha de clases, un conflicto que jamás verás reseñado en un programa estatal de estudios, a pesar de que ha estado librándose durante miles de años, a plena luz de cada día, entre dos partes con intereses evidentemente contrapuestos y fácilmente identificables: por un lado, el conjunto de los beneficiarios netos del botín “redistribuido”; por otro lado, el conjunto de los que a la fuerza se ven privados del fruto de su trabajo para mantener a los primeros. En otras palabras: parásitos versus huéspedes; privilegiados versus oprimidos.

Cuando la clase productiva se enriquece independientemente (y, a menudo, a pesar) del Estado, el Establishment –esto es, la alianza entre el poder político, corporativo, académico y periodístico– se percibe amenazado, entra en pánico y se apresura a recordarnos que lo necesitamos, que sin su ayuda, tutela y guía no tendríamos carreteras, ni salud, ni seguridad, ni educación, ni justicia, ni caridad –en fin, que no tendríamos una sociedad–. Las maneras en que lo hace se han repetido tantas veces a lo largo de la historia que ya no es gracioso:

Programas educativos obligatorios

Cuanto más precoz sea el adoctrinamiento, más difícil será luego romper el vínculo emocional del educando con el Estado.

Estatización

Aunque el Estado, por definición, no produce nada sino que se vale del uso de la fuerza para obtener y repartir discrecionalmente lo producido, una vez que se ha establecido como único proveedor de tal o cual bien o servicio es fácil presentarlo como indispensable ante una población sumida en el analfabetismo económico.

Inflación de la masa monetaria

La progresiva depreciación del dinero hace cada vez más difícil la acumulación de riqueza en manos de quienes no están políticamente conectados. Esta situación le devuelve protagonismo al Estado, que ahora puede lucirse otorgando “aumentos” de salarios (aumentos nominales, para compensar parcialmente la pérdida de poder adquisitivo que el mismo Estado ha provocado), prometiendo pensiones, y ofreciendo “créditos blandos” a quienes primero despojó de su capacidad de ahorro.

Regulación

¿Crees que puedes simplemente vender tus productos en el mercado? ¡No tan rápido!: primero tendrás que someterte a un número indeterminado y siempre creciente de reglas arbitrarias, absurdas, gravosas y permanentemente cambiantes, y al trato abusivo de funcionarios cuyo trabajo consiste en obstaculizar la creación de riqueza por fuera de los canales autorizados. ¿Ves que no era tan fácil? Ahora necesitas un “crédito blando” para poner en marcha tu negocio. Caso contrario, pasarás a ser sospechoso de “lavado de dinero” y tendrás que probar que el origen de los fondos está bendecido por las autoridades. Si todos estos trámites han extinguido tu espíritu emprendedor, no te preocupes: un psiquiatra se hará cargo de tu salud mental en un hospital público y “gratuito”. Y si el tratamiento farmacológico de tu depresión anímica fracasa, siempre puedes solicitar un subsidio por invalidez.

Endeudamiento

En nombre de las generaciones futuras, por supuesto, para no tener que aumentar los impuestos a la generación presente –lo que resultaría impopular–. El día en que llegue la cuenta, el gobierno actual ya no estará en el poder. ¡Asunto solucionado! ¿Y las generaciones futuras? No votan en las próximas elecciones, así que no tienen derecho a quejarse.

Integración forzosa de poblaciones con culturas incompatibles

Así se complica la convivencia, se aviva el resentimiento y se multiplican los conflictos, lo que incrementa la demanda de “seguridad” y de “servicios sociales” que el Estado proveerá, con todo gusto, gracias a su infinita capacidad de emitir dinero, imponer gravámenes (a quienes todavía se las ingenian para crear valor) y endeudarse (una vez más, a cuenta de generaciones futuras que no tienen voz ni voto).

Guerra

Es la manera en que un Estado en crisis de legitimidad consigue que la gente renuncie a bienes, comodidades y principios considerados intocables en tiempos de paz. El monopolio de la emisión de dinero fiat garantiza que el financiamiento de las hostilidades continúe incluso más allá del colapso total de la economía, hasta que el Estado haya logrado por fin deshacerse del exceso de población dependiente.

Y entonces el ciclo recomienza…

Solo la completa separación entre Moneda y Estado puede sacarnos de este siniestro círculo vicioso, y solo una moneda digital incorruptible puede impedir que Moneda y Estado vuelvan a juntarse.