Tecnócratas del siglo XXI

Que una persona se empeñe en sostener una posición absurda, contraria a la lógica más elemental y en abierto desafío a toneladas de evidencia empírica, podría ser simplemente una manifestación de su propia estupidez. También es posible que un obstáculo psicológico le impida arribar a conclusiones incompatibles con su visión del mundo; en otras palabras, que en su batalla personal entre razón y fantasías reconfortantes, librada a nivel inconsciente, la razón salga perdiendo. Más a menudo, sin embargo, lo que explica dicha conducta es la mera deshonestidad.

Los paralelismos entre el debate por el tamaño de los bloques y otros debates que han dejado huella en la historia son más que meras coincidencias.

Siglo XIX: creacionismo versus evolucionismo.

Siglo XX: planificación centralizada de la economía versus libre mercado.

Siglo XXI (redes P2P): consenso tecnocrático versus consenso emergente.

De un lado tenemos el reconocimiento del orden espontáneo que surge de la interacción entre agentes no del todo controlables ni predecibles –el reconocimiento de la constante alineación y realineación de fuerzas que escapan al dominio total de una cadena de mando, por más poder coactivo que le sea conferido a la autoridad–.

Del otro lado tenemos la sumisión al orden impuesto verticalmente, el temor al libre intercambio de productos e ideas, la estricta homogeneidad de pensamiento –tan independiente de la realidad sensible como dependiente del consenso de los “expertos”–. Desde esta perspectiva, debemos el orden a que los elementos constitutivos del mundo natural y social responden y se ajustan a los mandatos provenientes de una autoridad. En consecuencia, todo lo que hace falta para resolver nuestros problemas es que unos pocos iluminados se pongan de acuerdo, firmen unos papeles en nuestro nombre, y hagan cumplir su voluntad.

¿Pero acaso alguna vez ha sido resuelto un problema real desatendiendo al mismo tiempo la lógica y la evidencia empírica –esto es, ignorando el único método que nos permite distinguir lo verdadero de lo falso–? Darle más poder a los creacionistas, o a los socialistas (de todo el espectro ideológico, desde comunistas hasta nazis), solo ha servido para ocultar mejor cualquier destello de verdad que pudiera iluminar el sinsentido de sus doctrinas.

Esta vez no es diferente. En rigor nunca hubo, ni hay, ni habrá un auténtico debate con los partidarios del modelo “mandobediente”, porque su objetivo no es poner a prueba la validez de los distintos argumentos sino mantener o incrementar su poder coactivo. La censura a la que puntualmente acuden toda vez que tienen el poder de hacerlo pone de manifiesto su temor a la libre competencia de ideas, característica distintiva de los incompetentes y los deshonestos.

El creacionismo cayó en desgracia cuando el propio Juan Pablo II declaró que la evolución “es más que una hipótesis”. El prestigio intelectual de los planificadores de la economía cayó con el muro de Berlín. La caída de los tecnócratas del siglo XXI no llevará tanto tiempo, gracias en parte a la naturaleza de internet –que impide aislar a la gente de fuentes alternativas de información–, y en parte a la naturaleza de Bitcoin –que hace económicamente inviable la oposición al consenso Nakamoto–.