Shelling out – Los orígenes del dinero (IV)

Shelling out – Los orígenes del dinero IV (Ver parte III)

Nuevas teorías sobre los orígenes y la naturaleza del dinero

Fuente: Nick Szabo’s papersTraducido al español por moraluniversal.com

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La reputación pública puede reemplazar a la represalia individual, motivando la cooperación en forma de reciprocidad aplazada entre humanos que viven en grupos pequeños. Sin embargo, la creencia en la reputación de alguien puede verse afectada por dos tipos principales de errores: los vinculados a quién hizo qué cosa, y los vinculados a la mala evaluación del valor o el daño causado.

La necesidad de recordar caras y favores es un gran impedimento cognitivo, si bien es algo que la mayoría de los humanos superan con relativa facilidad. Reconocer caras es fácil, pero recordar que un cierto favor sucedió en el momento en que es necesario acceder a esa memoria puede ser más difícil. Recordar los detalles específicos de un favor que supusieron un cierto valor para el favorecido es todavía más difícil. Por lo tanto, evitar disputas y malentendidos puede ser algo improbable o prohibitivo.

El problema de la medición del valor es muy amplio. Para los humanos este aparece en cualquier sistema de intercambio – devolución de favores, trueque, dinero, crédito, empleo, o compra en un mercado. Es importante en la extorsión, los impuestos, el tributo y el abono de multas. Es importante incluso para el altruismo recíproco animal. Pongamos el caso de monos intercambiando favores – digamos frutas a cambio de rascaduras de espalda. El acicalado mutuo puede eliminar pulgas o garrapatas que el individuo no puede ver o alcanzar. ¿Pero exactamente qué cantidad de acicalado por cada pieza de fruta constituye una reciprocidad “justa” para ambas partes – o, en otras palabras, no una traición? ¿Valen veinte minutos de rascar la espalda lo mismo que una pieza o dos de fruta? ¿De qué tamaño?

Incluso el simple caso de intercambiar sangre por sangre es más complicado de lo que parece. ¿Cómo será que los murciélagos estiman el valor de la sangre que reciben? ¿Lo estiman por peso, bulto, sabor, por su capacidad de saciar, o por otras variables? Igualmente surgen complicaciones de medición en el simple intercambio “yo te rasco si tú me rascas” típico de los monos.

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Para la inmensa mayoría de los intercambios potenciales en animales este problema de medición no tiene solución. Incluso más que en el caso del problema, más fácil, de recordar caras y asociarlas con favores, la habilidad de ambas partes de acordar el valor estimado de un favor es probablemente la mayor barrera hacia el altruismo recíproco entre animales.

Solamente el kit de herramientas del hombre de principios del paleolítico era de alguna manera demasiado complicado incluso para cerebros de nuestro tamaño. Hacer un seguimiento de los favores que incluían esas herramientas (quién manufacturó qué herramienta de calidad y para quién, y por tanto quién le debía a quién qué cosa, etc.) habría sido demasiado difícil por fuera de los límites del clan. Hay que añadir a eso, muy probablemente, una gran variedad de objetos orgánicos, servicios efímeros – como el acicalado – y demás cosas que no han dejado evidencia arqueológica. Después de que incluso una pequeña fracción de estos bienes eran transferidos, nuestros cerebros, aún con su extraordinario tamaño, no podían llevar la cuenta de quién debía qué y a quién. Hoy día solemos anotar estas cosas, pero el hombre del paleolítico no conocía la escritura. Si se daba la cooperación entre clanes, e incluso tribus – como el registro arqueológico indica que de hecho ocurrió – el problema empeora aún más, puesto que las diferentes tribus de cazadores-recolectores eran a menudo muy antagonistas y desconfiaban las unas de las otras.

Si tanto almejas como pieles, oro, etc. puede ser dinero; si el dinero no es simplemente monedas o billetes emitidos por un gobierno bajo una ley monetaria, sino que puede ser una gran variedad de objetos, ¿qué es entonces el dinero? ¿Y por qué los seres humanos, a menudo viviendo al borde de la muerte por inanición, pasaban tanto tiempo haciendo y disfrutando de esos collares cuando podrían haber estado dedicándose a la caza y la recolección? El economista del siglo XIX, Carl Menger, fue el primero en describir cómo el dinero evoluciona natural e inevitablemente de un volumen suficiente de trueque de productos básicos. En términos de economía moderna la historia es similar a la de Menger.

Para el trueque es necesario que haya una coincidencia de intereses. Alicia tiene pacanas y quiere manzanas; Roberto tiene manzanas y quiere pacanas. Resulta que tienen sus huertas cerca, y que Alicia confía en Roberto lo suficiente para esperar entre la cosecha de pacanas y la de manzanas. Asumiendo que se dan estas condiciones el trueque funciona bastante bien. Pero si Alicia lo que tiene es naranjas, incluso si Roberto quiere naranjas tanto como pacanas, ya no estarán de suerte (las naranjas y las manzanas no crecen bien en el mismo clima). Si Alicia y Roberto no tuvieran confianza mutua y no pudieran encontrar a un tercero como intermediario, o hacer un contrato, tampoco estarían de suerte.

Podrían surgir mayores complicaciones. Alicia y Roberto quizás no puedan articular una promesa para vender pacanas o manzanas en el futuro porque, entre otras posibilidades, Alicia podría quedarse con las mejores pacanas – y Roberto con las mejores manzanas – y dar al otro las de mala calidad. Comparar las cualidades y cantidades de dos tipos diferentes de bienes es tanto más difícil cuanto el estado de uno de los bienes es sólo una memoria. Además, ninguno puede anticipar eventos tales como una mala cosecha. Estas complicaciones se añaden al problema de Alicia y Roberto de decidir si el altruismo recíproco aplazado ha sido de veras recíproco. Este tipo de complicaciones se incrementan cuanto más largo es el intervalo de tiempo y la incertidumbre entre la transacción original y la reciprocación.

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Un problema relacionado es que, como dirían los ingenieros, el trueque “no escala”. El trueque funciona bien a volúmenes pequeños, pero se torna costoso a grandes volúmenes incrementalmente, hasta que se hace demasiado costoso para merecer la pena. Si hay n bienes y servicios a comerciar, un mercado de trueque necesita n2 precios. Cinco productos necesitarían de 25 precios, que no está tan mal, pero 500 productos necesitarían de 250.000 precios, cosa que excede con mucho lo que es práctico seguir para una persona. Sin embargo, con dinero habrían sólo n precios (500 productos, 500 precios). El dinero para este propósito puede funcionar como medio de intercambio, o bien simplemente como un estándar de valor, siempre que el número de precios en dinero no se haga demasiado grande para ser recordados o estos cambien demasiado frecuentemente. (Este último problema, junto con un “contrato” implícito de seguros, y junto con la ausencia de un mercado competitivo, podría explicar por qué los precios eran a menudo determinados por costumbres de larga evolución, en lugar de por negociaciones recientes).

El trueque requiere, en otras palabras, una coincidencia de suministros o habilidades, preferencias, tiempo, y bajos costos de transacción. Su costo se incrementa mucho más rápido que el crecimiento del número de bienes comerciados. El trueque es ciertamente mucho mejor que la falta total de comercio, y ha sido una práctica muy extendida; pero es muy limitada en comparación con el comercio mediante el dinero.

El dinero primitivo existía mucho antes que las redes de comercio a gran escala, y una de sus influencias más importantes fue la reducción de la necesidad del crédito, lo que mejoró notablemente el funcionamiento de las redes de comercio pequeñas. La coincidencia simultánea de preferencias era algo mucho más raro que las coincidencias a través de largos periodos de tiempo. Con dinero, Alicia podía recolectar para Roberto durante la maduración de los arándanos de este mes, y Roberto podía cazar para Alicia durante la migración de los mamuts seis meses más tarde, sin tener que hacer un registro de quién le debía a quién, o confiar en la memoria u honestidad del otro. La considerable inversión de recursos de una madre en la crianza de un hijo podía asegurarse con regalos de valores infalsificables. Gracias al dinero, el problema de la división del trabajo deja de ser un “dilema del prisionero” y se convierte en una simple permuta.

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