Maldición y bendición del efecto de red (II)

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Una vez que el efecto de red entra en juego, aún productos de pésima calidad – como es el caso del dinero fiat – pueden gozar de su protección. Es cierto que para imponer el mal dinero se necesitan malas leyes, pero estas leyes no explican, por sí solas, la amplia aceptación del dinero fiat.


En virtud del efecto de red, si mañana mismo las leyes de curso forzoso fueran abolidas en todo el mundo, la gente seguiría usando mayormente dinero estatal
.

El dinero es quizás el producto cuyo éxito se encuentra más estrechamente ligado al efecto de red. Aceptamos una determinada forma de dinero – cumpla o no con los criterios aristotélicos de la buena moneda – porque sabemos que será, a su vez, aceptada por quienes tienen a la venta lo que podríamos llegar a necesitar. Si resulta que a nuestro alrededor todos prefieren intercambiar sus bienes y servicios por conchas marinas, de nada nos servirán los mejores argumentos a favor del uso monetario de los metales preciosos; tendremos que aceptar, nosotros también, conchas marinas, o bien quedar al margen de la división del trabajo.

Los seres humanos pueden renunciar a muchas cosas, pero no pueden renunciar al dinero sin caer en el nivel de subsistencia. Incluso las tribus más primitivas utilizan algún medio de intercambio indirecto – así se trate de puntas de lanza – , y tal parece que hasta los monos son capaces de aprender a usar dinero.

¿Por qué, entonces, el dinero – un bien tan universalmente valorado – , se resiste a evolucionar? En rigor, no es el dinero el que se resiste a evolucionar, sino el Estado el que se resiste a ceder su monopolio sobre el dinero. Lo cual no debiera sorprendernos, dado que manipular el sistema monetario es la manera más eficiente de someter y exprimir a la población productiva.

¿Pero cómo es posible – cabe preguntarse – que la gente no se quede afónica exigiendo libertad monetaria?

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