Los mineros son esclavos del mercado, no de Blockstream

Después de una larga temporada lejos de Bitcoinlandia, Zangelbert Bingledack (también conocido como Forkius Maximus) vuelve con las baterías recargadas para arremeter nuevamente contra los enemigos de Bitcoin.

Dada su naturaleza, Bitcoin siempre estará bajo alguna forma de ataque antes de alcanzar su destino manifiesto; haríamos bien en admitirlo. Sin embargo, cada uno de esos ataques también será una oportunidad para expandir nuestra comprensión de los diferentes aspectos de Bitcoin, mejorar nuestra capacidad para detectar amenazas, y fortalecer nuestras defensas.

Blockstream es el castigo que merecemos por haber descuidado la descentralización del desarrollo. Ahora bien, la próxima vez que una compañía financiada por criminales de alto vuelo aparezca de la nada y haga llover dólares sobre un grupo de desarrolladores para ponerlo a su servicio, nuestra reacción será automática, virulenta y pertinaz, como la de un sistema inmunitario bien entrenado.

Una de las lecciones perdurables que nos dejará la caída de Blockstream, es que no se puede ignorar la solución de Satoshi Nakamoto al problema de los generales bizantinos sin poner en riesgo el propio sistema de incentivos que mantiene segura la red Bitcoin.

Los Blockstream boys aspiran a reemplazar la minería con su propia máquina de cobrar tarifas por fuera de la cadena de bloques, y es por eso que nos hablan de los mineros como si estos fueran enemigos potenciales de Bitcoin. Pero basta entender el verdadero rol de los mineros para entender también por qué Blockstream está condenado a fracasar en su empeño. Así lo explica Zangelbert Bingledack:

Los mineros no van a tener más opción que prestar atención al asunto de la escalabilidad dentro de la cadena de bloques, porque cuando tengan que tomar decisiones informadas sobre el tamaño de los bloques ya no tendrán acceso a dinero fácil. Tomar las decisiones correctas les permitirá evitar la pérdida de dinero por bloques huérfanos –en el caso de bloques excesivamente grandes–, así como –en el otro extremo– la pérdida de dinero por haber renunciado a tarifas de transacciones no confirmadas. El hecho de que no tengan que hacer esto ahora es un síntoma de la inmadurez de Bitcoin.

Satoshi –en el whitepaper– pretendía que los mineros se comportaran como inversionistas, porque lo son. Es sólo que no han experimentado los incentivos para asumir ese rol, hasta ahora. Durante todos estos años, el volumen de transacciones no había sido lo suficientemente grande como para toparse con límites arbitrarios del protocolo, y el secuestro del repositorio de Bitcoin Core no había amenazado lo suficiente la fuente de ingresos de los mineros como para obligarlos a tomar la decisión correcta. Muy pronto, la decisión sobre qué bloques minar será crucial para la economía de los mineros, y pagarán muy caro sus errores.

El negocio del minero implicará una gran cantidad de investigación de mercado y, probablemente, consultores económicos y desarrolladores propios. Una vez descentralizado el límite al tamaño de los bloques, tendremos un sistema mucho más saludable que el actual (dirigido centralmente por los desarrolladores de Core), y la idea del minero como enemigo potencial de Bitcoin quedará desacreditada para siempre. Porque resultará obvio que los mineros son en realidad esclavos de la demanda del mercado, y que harían cualquier cosa con tal de evitar la perturbación del ecosistema.

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Los Blockstream boys les aseguraron a sus patrones que ellos mismos se encargarían de minar la escalabilidad de Bitcoin, y les prometieron que todos los usuarios entrarían como dóciles ovejas a sus jardines amurallados. Ahora, frente a la evidencia de que los mineros no se tragarán voluntariamente su veneno, la única salida para los Blockstream boys –acorralados como están por su propia estupidez– es apostarlo todo a la compulsión.

Blockstream está en guerra contra los mineros, que es otra forma de decir que está en guerra contra Bitcoin. Lo que no debería sorprender a nadie si se tiene en cuenta que esta compañía representa los intereses de los dueños del sistema financiero basado en dinero fiat.