Los efectos secundarios de la censura

En 2011, cuando el futuro de Bitcoin empezaba a ser discutido en distintos foros de la web, una de las cuestiones recurrentes era cómo iban a hacer los gobiernos para frenar la expansión de esta moneda digital y –he aquí la novedad inquietante– descentralizada. ¿Prohibición? ¿Regulación asfixiante? ¿Ataque del 51%? ¿Propaganda sutil para desacreditar a los usuarios?

Al final, frenar a Bitcoin resultó ser mucho más fácil y barato de lo que solíamos pensar. La estrategia de los señores de la industria bancaria paraestatal se basó en dos pilares: apropiación del repositorio fundado por Satoshi Nakamoto a través de la compra de desarrolladores, y control del relato a través de la censura de los canales de comunicación más utilizados.

El resultado, sin embargo, no ha sido el dominio de Bitcoin sino su estancamiento transitorio, y la transformación de los espacios de discusión tradicionales en cámaras de ecos en donde no se tolera la más mínima desviación con respecto al discurso oficial. Si en tales dominios los empleados de Blockstream dicen que solo a ellos les corresponde determinar cuántas transacciones pueden llevarse a cabo y a qué precio, que Bitcoin nunca será escalable, y que hay que forzar a los usuarios a usar las “soluciones” de Blockstream (aunque esto suponga la destrucción del sistema de incentivos que hace posible la propia existencia de Bitcoin), quien afirme lo contrario verá desaparecer su comentario en segundos y será inmediatamente expulsado del foro. Idéntica suerte correrá quien cometa el espeluznante crimen de hacer una pregunta incómoda –como por ejemplo “¿por qué no se confirma mi transacción?”, o “¿por qué las tarifas siguen aumentando?”–.

Aunque semejante estrategia puede funcionar en el corto plazo, los efectos secundarios no se hacen esperar. Con el paso del tiempo, la debilidad mental y la fragilidad emocional de los habitantes de la burbuja informativa se vuelven tan severas que la mera posibilidad de entrar en contacto con ideas no autorizadas acaba resultándoles intolerable.

El observador imparcial notará que los que buscan refugio tras el muro de la censura, convencidos como están de que las opiniones reñidas con la palabra oficial no merecen atención, permanecen en un estado de idiocia cada vez más profunda. Esto les permite celebrar, sin tener que enfrentar la incomodidad de la crítica, cualquier incoherencia que haya sido presentada como verdad revelada, y no hace más que aumentar su dependencia de los censores y su confianza en el relato oficial –lo que a menudo los obliga a defender hoy una postura y mañana la contraria, con tal de no ser ellos mismos acusados de subversivos–.

Pero mientras los habitantes de la burbuja informativa se debilitan, los de afuera, los que no operan al calor de la censura, se fortalecen –revisan y mejoran sus modelos, afilan sus argumentos, perfeccionan sus estrategias– gracias al contacto sin filtro con opiniones diversas. El libre intercambio de ideas, cuando tiene lugar entre personas dispuestas a fundamentar lógicamente sus posiciones y a evaluar honestamente las posiciones ajenas, es como un constante flujo de aire fresco que se lleva los errores y las fantasías tranquilizadoras y deja solo aquellas ideas capaces de resistir la implacable corriente del examen racional.

Dentro de la burbuja, en cambio, el aire viciado de la propaganda se impone con la insidia de una neurotoxina ambiental. Ante una realidad adversa, como el exiguo y declinante apoyo a SegWit (ese engendro que los empleados de Blockstream han creado para convertir a Bitcoin en la vaca lechera de sus empleadores), no se buscan explicaciones lógicas ni evidencia que las respalde, sino distracciones, historias reconfortantes, consuelo en figuras paternales que prometen ocuparse de todos los problemas (problemas que –está prohibido mencionarlo– han sido introducidos por ellos mismos) y, fundamentalmente, se buscan culpables de cualquier cosa que el supremo inquisidor perciba como una amenaza.

Si uno pretende mantenerse a salvo de la censura dentro de la burbuja, tiene que aprender a repetir los eslóganes aprobados por los censores. También es importante dar publicidad a la propia fe en las autoridades –un arte que exige atención permanente a sus cambiantes requerimientos–, así como denunciar a todo aquel que no se someta irreflexivamente a los últimos dictados de Blockstream (léase “al consenso”). Pero nada es más apreciado en este hermético recinto que la disposición a lanzarse con entusiasmo a la caza del chivo expiatorio señalado como culpable de los últimos fracasos de Blockstream.

Repetir eslóganes vacíos, intimidar al que no lo hace, vigilar al que duda, castigar al disidente… esas son, en resumen, las tácticas que han convertido a los foros controlados por Blockstream en desiertos intelectuales donde la grey –integrada por los más ineptos, los más sugestionables, los que buscan seguridad en la idolatría, los incapaces de tolerar los rigores de un debate en igualdad de condiciones, los más sensibles a las presiones del pensamiento grupal– puede ser convenientemente aislada de la realidad.

Con cada nueva purga, sin embargo, más gente pierde la paciencia, y más gente llega a la conclusión de que Bitcoin está bajo ataque.

Recordemos que no hay partidarios de bloques pequeños o grandes; sí hay, de un lado, partidarios de la planificación centralizada de la economía y, del otro lado, partidarios del libre mercado; sí hay partidarios del secretismo, las maniobras políticas y la censura, y, del otro lado, partidarios del “consenso Nakamoto”. En esta batalla se juega nada menos que el rol de Bitcoin tras el inevitable apocalipsis financiero que nos espera: ¿estará allí para rescatar a los caídos y facilitar la reconstrucción de un sistema económico independiente del capricho gubernamental? ¿O habrá sido exitosamente frenado por los guardianes del sistema monetario basado en dinero fiat?

En julio de 2011, publicábamos en este mismo espacio el siguiente párrafo, que resultó ser profético:

Los adictos a la violencia institucionalizada tienen mucho que perder con el éxito de Bitcoin (y de cualquier otro sistema que demuestre la infinita superioridad de la organización voluntaria). Por lo tanto, no esperemos que los medios masivos de comunicación nos cuenten sin rodeos las ventajas de Bitcoin, ni esperemos que la expansión de Bitcoin se produzca sin una fuerte resistencia.

Si algo ha demostrado la Historia es que nadie renuncia ligeramente a sus privilegios.