¡Es el efecto de red, estúpido! (Tercera parte)

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*Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.


Siempre que caen las barreras que separan artificialmente a los seres humanos cabe esperar una reacción: en un extremo, la guerra –el muro vuelve a edificarse–; en el otro, el libre comercio –los lazos se estrechan–. Estos dos extremos pueden coexistir, pero tienden a repelerse mutuamente y a afirmarse en su propia lógica: así como la violencia genera más violencia, el comercio promueve más comercio.

El colmo de la ingenuidad consiste en esperar los beneficios del libre comercio sin las condiciones que lo hacen posible –algo así como esperar frutos exquisitos de un árbol seco–. Absurdo, ¿verdad? Absurdo y suicida, pero es exactamente lo que acaban haciendo todos los imperios. “Dado que el comercio nos ha llevado a la cima, debemos proteger/controlar/planificar la actividad comercial”, piensan unos pocos miembros de la clase gobernante, luego unos cuantos, y finalmente la popularidad de este sofisma señala el comienzo del fin –la caída en la trampa mortal que inaugura el inexorable declive–.

La progresiva rigidez del actual sistema financiero es una manifestación más de su decadencia terminal. En sus estertores finales, es de esperar que el peso muerto de sus infinitas reglas caiga sobre los últimos vestigios de libre comercio. La actividad comercial se verá forzada entonces a buscar nuevos canales, acelerando así la descomposición de un sistema que ya ni siquiera funcionará para los parásitos que solía alimentar –pues no hay parásito sin huésped–.

En tales circunstancias, la actividad comercial se comportará como un fluido bajo creciente presión. De una u otra manera encontrará la salida: sea por filtración, explosión o –en el mejor de los casos– a través de una conveniente válvula de escape. ¿Hace falta decir que Bitcoin es esa válvula de escape? Bitcoin podría facilitar la transición hacia un mundo en el cual las decisiones de presidentes y ministros tengan tanto peso como lo tienen hoy las decisiones de reyes y papas.

Para evitar la explosión, Bitcoin tendrá que alcanzar la categoría de unidad de cuenta ampliamente aceptada –una categoría que el dinero fiat ha ocupado a punta de pistola–.

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