¡Es el efecto de red, estúpido! (Séptima parte)

antVer parte 6

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Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.

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La terminología que normalmente empleamos al referirnos a la organización de un hormiguero no debe confundirnos: aquí la “reina” no es exactamente reina; las “obreras” no son exclusivamente obreras; y las “soldados” no son exclusivamente soldados. En el hormiguero no hay centro rector ni control jerárquico, e investigaciones recientes han demostrado que ciertos roles que se creían fijos en realidad no lo son.

Así como en las sociedades humanas no es un comité decidiendo qué se produce (y quién lo produce, y para qué) lo que organiza eficientemente el mercado, sino un sistema de precios en el que los individuos participan de manera autónoma, no es una dirección “inteligente” lo que organiza el hormiguero, sino un sistema de señales en el que las hormigas participan de manera autónoma.

La organización del hormiguero depende de un protocolo tan simple y eficaz que ha hecho de las hormigas –seres que no se destacan precisamente por su inteligencia– uno de los grupos zoológicos más exitosos y duraderos.

¿Qué saben las hormigas que nosotros no sabemos? En realidad nada. Ninguna hormiga sabe lo que “debe hacerse” para lograr el bienestar de la colonia; cada hormiga responde exclusivamente a lo que la rodea y a sus interacciones directas con otras hormigas –a los patrones y a la frecuencia de sus encuentros, así como a los olores que las otras hormigas dejan en su camino–. Al contrario de lo que solía creerse, las hormigas van pasando de una tarea a la otra según las exigencias que impone su entorno cambiante: cuando es necesario reparar el hormiguero, aumentará el número de hormigas dedicadas a la reparación; cuando es urgente defenderlo, más hormigas asumirán el rol de soldados; cuando escasea el alimento, más hormigas dedicarán sus horas a la búsqueda y acopio de alimento.

ants¿Pero a qué viene tanta admiración por las hormigas? ¿Acaso el autor, tras admitir que las hormigas son seres “tontos” que forman redes “tontas”, pretende que los humanos nos comportemos como ellas? Lo que digo es que hay mucho que aprender de la forma en que estos insectos se organizan, precisamente porque la clave de su éxito no reside en la inteligencia de cada hormiga ni –como creen los que tienden a proyectar sus fantasías planificadoras– en la “inteligencia” del protocolo que mantiene viva, robusta y funcional su red social.

La extraordinaria capacidad de adaptación de las colonias de hormigas sugiere que la inteligencia de cada uno de los agentes que integran una red social importa menos que la confiabilidad del protocolo a través del cual ellos se comunican. Entre los humanos, esto significa que los prodigios del mercado no se deben tanto al coeficiente intelectual de científicos, inventores y empresarios como a su libertad para actuar en ese oasis de certidumbre que es un esquema normativo simple, duradero y estable.

Aunque es cierto que la inteligencia es y seguirá siendo nuestra gran ventaja evolutiva, nada es más peligroso para nuestra especie que confiarle a un grupo de seres humanos el diseño y la gestión de un sistema de organización social “inteligente”.

Ver parte 8