Ellos te traicionarán

politicianMi vecindario se está llenando de letreros políticos. ¡Vota por este tipo! ¡Vota por ese tipo!

No puedo entender por qué hay gente dispuesta a ceder espacio en sus preciados terrenos, y poner su propia credibilidad en juego, para apoyar a algún político que sin duda los traicionaría en cuestión de semanas. Los estafadores a quienes la gente aplaude en la pugna política han hecho poco o nada para merecer este tipo de apoyo público.

Mi barrio prohíbe la publicidad comercial en los jardines delanteros de las propiedades, pero el código hace una excepción para los candidatos políticos. Debería ser al revés. El comercio me sirve todos los días. Siento verdadera gratitud por las empresas que me ofrecen estupendos productos y servicios, que cumplen con sus promesas y nunca me fuerzan a hacer nada.

Todos los días todos nosotros votamos en el mercado con nuestro consumo. Compramos o nos abstenemos de comprar. Nuestra elección hace la diferencia. Cómo usamos el dinero determina qué empresas prosperan y qué empresas fracasan. A menos que el gobierno intervenga para mantener una empresa en terapia intensiva, los propios consumidores pueden votar por que esta deje de existir simplemente no comprando sus productos y servicios. Ludwig von Mises describió esto como la democracia de mercado. Es el único tipo de democracia que realmente funciona.

Déjame dar un ejemplo. Me encanta el jugo de Bolthouse Farms, una empresa en Bakersfield, California. Ellos tienen bebidas hechas de frutas que son absolutamente deliciosas. La que bebí hoy es la de granada. Pero hay muchos otros sabores, como bayas silvestres, banana, fresa, zanahoria, e incluso chocolate. Obtengo una bebida de excelente calidad y no tengo que cosechar granadas, cortarlas, sacarles las semillas, ni caminar con las manos manchadas de rojo todo el día.

Si me permitieran poner un letrero que diga Bolthouse Farms en mi patio delantero, ¡lo haría con gusto!

Hay miles, millones, de empresas privadas que me benefician directamente todos los días. Nunca tengo que preocuparme por la posibilidad de que me traicionen. Bolthouse nunca me vendería veneno a sabiendas. Brick Oven no me daría betún en vez de salchicha. La aplicación AroundMe nunca me enviaría deliberadamente a un burdel cuando quiero ir a la barbería.

Pero todo político afirma toda clase de disparates en forma rutinaria. Cada político pretende que su visión personal sea obligatoria, y que la nación entera se ajuste a sus fantasías acerca de cómo debería funcionar el mundo.

politicsLo que un político promete son mentiras escandalosas y evidentes, como si yo te dijera que voy a construir un rascacielos en tu jardín esta noche, mientras duermes. Cuando no cumpla con mi promesa, podrás decir que te traicioné, y será cierto, pero también podría ser una buena idea plantearte por qué fuiste tan crédulo como para creer semejante tontería en primer lugar.

El Estado-nación es una institución gigantesca e insondable, que cuenta con un sinnúmero de empleados, normas internas, convenciones y relaciones de mutuo beneficio, todo lo cual depende la corrupción y la coerción sistematizadas, y la mayoría de sus actividades son administradas independientemente de las marionetas políticas electas.

La burocracia permanente presta poca atención a las idas y venidas de los astutos chicos y chicas que alcanzan el poder político. Estos van rotando a medida que son elegidos para ocupar determinadas oficinas, pero –salvo las fotos en las paredes– nada cambia. Los zánganos, indiferentes, siguen zumbando tan tranquilos como siempre, porque saben que ni el político más poderoso puede tocarlos.

Mientras tanto, el maravilloso sector privado produce bonitas sorpresas para nosotros cada día. Casi no lo notamos. No ponemos carteles. No asistimos a los mítines de los directores generales. No instamos a nuestros amigos y vecinos a renunciar a otras actividades para visitar nuestras tiendas y restaurantes favoritos. Por el contrario, la empresa privada debe pagar para ser observada a través de la publicidad.

Mi fantasía es pasar algunas horas de la noche poniendo un centenar de carteles en mi jardín, anunciando de todo, desde Bolthouse a McDonalds a Nike a CVS hasta Liberty.me. Por la mañana, todos mis vecinos se despertarán y los verán. Se quejarán y me negaré a sacarlos. Llamarán a la prensa y yo usaré la oportunidad para explicar que estas empresas son verdaderos tesoros, y que nos benefician sin imponernos nada, mientras que los políticos son, en el mejor de los casos, mentirosos y ladrones.

He tramado esta escena durante años. Pero, no es de extrañar, estas empresas no imprimen carteles de jardín. Son demasiadas modestas, dulces y humildes como para hacerlo. Es por eso que deberíamos permitir que las empresas privadas, y no los políticos, hagan funcionar el mundo.

Por Jeffrey Tucker – Fuente (original en inglés): Beautiful Anarchy