El regreso de los emprendedores

Fuente: Jakub Bożydar Wiśniewski

Hasta hace poco, la historia de la humanidad ha sido principalmente la historia de la violencia organizada –guerras, conquistas, redadas, esclavitud, opresión y persecución–. Los emprendedores proporcionaban bienes y servicios, pero la atención tanto del hombre común como del científico social se centraba casi exclusivamente en la casta dominante de explotadores parasitarios. Parece probable que este lamentable estado de cosas haya sido en gran medida una expresión de algunas de las características más desagradables de nuestra herencia evolutiva.

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Y sin embargo, algunas cosas alentadoras sucedieron a lo largo del camino. Entre los siglos 17 y 18, la combinación de las ideas morales y económicas correctas (teoría del orden espontáneo, el concepto de la mano invisible, y la filosofía de los derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad), su amplia difusión por medio de la imprenta, y la migración a América de un grupo auto-seleccionado de individuos dispuestos a crear una nueva sociedad fundamentada en estas ideas, marcó el comienzo de una era cualitativamente diferente. Por primera vez en la historia, el emprendedor era amplia y explícitamente reconocido como motor del progreso de la civilización, mientras que el gobernante era degradado, a lo sumo, a un mal necesario. Llegaba de esta manera la primera ola del espíritu empresarial, y la humanidad lograba finalmente sacudirse –al menos parte– su desafortunada herencia primitiva.

Ciertamente, desde entonces ha habido varios golpes y reveses a lo largo del camino desde el primitivismo violento a la civilización, pero el desafío de superarlos también ha refinado y fortalecido las ideas y las prácticas que hacen posible una sociedad libre. Para usar la frase de Taleb, el espíritu emprendedor es anti-frágil, y también lo son las ideas que hacen que el mundo sea seguro para su libre desarrollo. En su formulación original, estas ideas asignaban un rol a la violencia organizada, e incluso sugerían que era necesaria para el buen funcionamiento de los proyectos empresariales. Tal vez fue precisamente esta concesión la que permitió que la violencia organizada se alimentara de la energía productiva de los emprendedores, y se hiciera por lo tanto más letal que nunca. Y quizás fue precisamente la constatación de este desafortunado resultado lo que llevó al replanteamiento contemporáneo de las bases económicas y éticas de la iniciativa empresarial.

Si las características que definen el proceso empresarial de mercado –la destrucción creativa, el estado de alerta con respecto a las oportunidades de lucro sin explotar, y el cálculo económico proyectado hacia un futuro incierto– son tan propicias para la producción eficiente de bienes y servicios, ¿por qué no han de serlo también para la producción de marcos institucionales que le permitan desplegarse sin trabas? Esta es la pregunta central que impulsa la segunda ola interés por el fenómeno empresarial –la exploración teórica y práctica de la iniciativa empresarial como fenómeno multi-nivel, que opera no sólo dentro de los marcos institucionales, sino también a través de ellos, y visto no sólo como el resultado de estos marcos, sino también como la fuerza impulsora detrás de su surgimiento–.

Las posibilidades abiertas por la primera ola de emprendedores seguían limitadas por la existencia del mal –supuestamente necesario– de la violencia institucionalizada. Las posibilidades abiertas por la segunda ola de emprendedores pueden ser infinitas. La era de la información ilustra muy bien esta perspectiva optimista: ya hemos sido testigos de la creación de varios marcos institucionales sofisticados en el espacio digital; marcos que son genuinamente auto-controlados y que ofrecen una enorme cantidad de servicios. La infraestructura de Bitcoin y de Wikipedia son sólo dos de los ejemplos más obvios en este contexto. Solo cabe imaginar cuán extraordinarios podrían ser los resultados en caso de desatarse el mismo espíritu emprendedor en el espacio «físico».

La violencia, especialmente en su forma organizada y centralizada, necesariamente impide toda competencia en el ámbito de la creación de marcos institucionales para la acción empresarial. Y así aborta una infinidad de oportunidades para la expansión del comercio, la prosperidad y el progreso moral de la humanidad, ofreciendo en cambio lo que, debido a su naturaleza monopolista y coercitiva, no cumple con los criterios lógicos de un bien o servicio genuino. Cuanta más gente lo comprenda, más probable será que estas ideas den un impulso decisivo a la segunda ola empresarial –la ola que completará el proceso civilizador caracterizado por la sustitución del poder parasitario por la libre cooperación–.

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