Así habló Bitcoin

“Oh, ¿cómo no iba el alma más elevada a tener los peores parásitos?

Oh hermanos míos, ¿acaso soy cruel? Pero yo digo: ¡lo que está cayendo se debe incluso empujar! Todas estas cosas del día de hoy caen y decaen ¡quién quisiera sostenerlas! Pero yo ¡yo deseo además empujarlas!

¿Conocéis el deleite que hace rodar las piedras hacia las profundidades de un precipicio? Estos hombres de hoy: ¡mirad cómo ruedan hacia mis profundidades! ¡Un preludio de mejores jugadores soy yo, oh hermanos míos! ¡Un ejemplo! ¡Obrad según mi ejemplo! Y a quien no enseñéis a volar, enseñadle ¡a caer más rápido!”

Friedrich Nietzsche (‘Así habló Zaratustra’)

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Qué son las ideologías políticas sino brutalidad disfrazada de razón; y qué es la brutalidad sino autodestrucción. Ya en este artículo (ver una versión reducida en español en elbitcoin.org) Daniel Krawisz explica detenidamente por qué existe un cierto deber ético de actuar para que los ideólogos de las altcoins desistan y se hundan en su mentira. Por cada parásito al que alimentamos, tanta menos savia nos queda para nuestra subsistencia y éxito último, que está asegurado. Con cada parásito que albergamos, y hacia el que encauzamos nuestra sangre, revivimos el drama de creer que todo podría estar perdido; revivimos el autoengaño – proveniente de una infancia entre rejas – de que acaso el parásito podría vencer y la sinrazón imponerse. Quien así lo cree no ha salido de esa prisión subjetiva: ¡la sinrazón nunca se impuso en la realidad, y nunca lo hará!

Así como Zaratustra hablaba, habla Bitcoin. Su protocolo y prueba de trabajo garantizan la cooperación entre jugadores racionales, que se imponen costes objetivos para demostrar su intención de cooperar, como hermanos que reconocen y respetan el hecho de que sus intereses individuales pueden divergir en cualquier momento. No sólo tiene Bitcoin parásitos en el campo de las monedas, también en internet con la posibilidad de nodos atacantes: el protocolo, en efecto, los empuja y enseña a “caer más deprisa” mediante un rechazo implacable, sin atisbo de misericordia hacia su inútil forcejeo contra quien es más fuerte. No ya es este un rechazo sin pena, sino con deleite de ver caer a quien no quiere volar y regocijarse en un despliegue de esfuerzos cada vez más altos.

El efecto de red, también, castiga igualmente a quienes osan desafiar la preeminencia de la cooperación racional: no se puede querer una moneda que no es ampliamente aceptada; y quien aún la quiere, lo hace por delirio – y a él sucumbe.

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Bitcoin vive en internet como la prueba de trabajo vive en la naturaleza: en los sistemas de juego racionales y carentes de coerción (esto es, sin gobiernos ni obligaciones morales). Este noble caballo vive también en el cuerpomente de todos, ya como moribundo en su establo, ya como bestia de tiro, irritando, inflamando, una y otra vez, al conductor que lo flagela y domina con artimañas, al bicho que se enquista en su frente y lo ciega.

Yo también deseo quitarme esa lacra. Yo también quiero extirpar esta excrecencia. No quiero alargarle la vida dejando que se alimente de mi vigor y virtud. Quiero empujarlo y dejar que consuma a quien lo acepta, hipócrita, y que sucumba junto con su débil huésped en el intento – ¡más rápido!